sábado, 28 de diciembre de 2013

Las Dos Caras de Aanak


Año 1887.
El sacerdote escocés Robert Green llega a Janscrayat,un pueblo perdido al norte de la selva birmana,territorio que un año antes había sido anexado por el Imperio a las Indias Británicas.
El motivo de la llegada del sacerdote había sido para corroborar la historia que había escuchado estando en Bombay, donde un explorador de la Corona le contó que allí vivía un joven que estaba volviéndose loco por una malformación demoníaca en su cabeza. Los detalles descritos por el intrépido explorador le resultaron tan espeluznantes que decidió adentrarse en esa región casi inexplorada por occidentales para corroborar la historia pero sobre todo para intentar ayudar al joven en su sufrimiento. Con una primera escala en Rangún,rápidamente uno de sus contactos en la embajada británica de la ciudad le consiguió un guía que lo llevó hasta el pequeño poblado en una precaria embarcación hasta lo profundo de la selva birmana donde vivía la tribu Piyú, a orillas del río Irawadi. Janscrayat constaba de unas veinte chozas y estaba circundado por una espesa vegetación selvática. El calor y la humedad eran sofocantes y los mosquitos,voraces.
Cuando llegaron a destino el guía,de nombre casi impronunciable,le dijo en un inglés básico que iba a pasar a buscarlo a la misma hora el día posterior.
Ni bien pisó tierra firme varios niños casi desnudos se abalanzaron sobre el Padre Green riendo felices por la llegada del forastero. El clérigo sonreía y acariciaba sus pequeñas cabezas mirando alrededor con la esperanza de que algún adulto se acercara a recibirlo, pero todos ellos lo miraban desde las puertas de sus chozas con extrema desconfianza. No pudiendo escapar de la multitud de excitados niños y aún muy exhausto por el largo viaje, el Padre Green se acercó a un hombre que se encontraba rodeado de cuatro mujeres y que unos segundos antes lo había llamado con un gesto de sus manos. Se acercó y por medio de señas trató de hacerse entender aunque no le resultó para nada fácil. El hombre resultó ser el jefe de la tribu. Con un ademán lo invitó a pasar a su choza y sin decir palabra las mujeres a su alrededor se movieron con rapidez acomodando dos especies de cojines de cuero para que los hombres se sienten, al tiempo que les servíeron un liquido espeso y blancuzco en un pocillo de madera.
El Padre Green agradeció con un gesto y las mujeres, con la misma velocidad que hicieron su trabajo, salieron de la rústica vivienda. El jefe tomó un sorbo de la bebida e invitó a que el clérigo haga lo mismo. Apenas acercó sus labios al pocillo,y no sin cierta desconfianza, bebió un sorbo. Era dulce y refrescante. Esto lo incentivó a beber todo el contenido rápidamente. Con un ademán de la cabeza agradeció al jefe de la tribu que lo miraba sin inmutarse, hasta que por fin, en un inglés muy fluido, le dijo:
-Dígame Padre,¿A qué debemos su vista?
La sorpresa del recién llegado fue mayúscula
- ¡Gracias a Dios! ¡No sabe cuánto me alegra que hable inglés! - dijo respirando aliviado.
El jefe-de nombre Ankorg-,le explicó que vivieron en Janscrayat durante varios años una pareja irlandesa que les habían enseñado a él y a su hermano ese idioma,a la vez que ellos aprendieron el suyo.
-Supongo que usted quiere saber si el hombre de dos caras existe. No es la primera vez que el hombre blanco nos visita, Padre. Y la respuesta es sí, él existe. Pero no le gustaría verlo,él está maldito. Nadie aquí lo quiere cerca. Vive solo en la selva donde tiene su hogar alejado de la gente y así no atemoriza a nadie. Está a salvo,porque hasta los animales le temen.
-¿Me podría llevar alguien hasta él? Es de suma importancia para mí conocerlo.
El jefe Ankorg se quedó pensando unos minutos.
-Nadie va a querer ir,Padre. No quieren acercársele y no los culpo-. Tras una breve pausa para beber, continuó.
-Desde que se fue de la aldea todo ha mejorado. Los niños ya no lloran,las mujeres volvieron a salir de sus hogares y los alimentos abundan. Me alegro de que ya no esté con nosotros.
Pero el Padre estaba decidido a conocerlo. Con o sin ayuda iba ir a buscarlo. Le pidió a Ankorg que le dijera en que parte de la selva podía encontrarlo.
El jefe,viendo que el clérigo no iba a cambiar de opinión y tras meditarlo un buen rato,decidió acompañarlo. En ese idioma tan incomprensible para el europeo habló con sus esposas que, por los ademanes y sollozos evidentemente no estaban de acuerdo con su decisión. Aunque lo tomaron del brazo casi implorando para evitar que salga de la choza, un fuerte grito del hombre acalló todas las súplicas.
Tras unos breves preparativos salieron del poblado y se sumergieron en la frondosa selva. Plantas de hojas anchas, árboles inmensos, enredaderas y lianas eran como paredes naturales que les dificultaban el paso. El jefe desmalezaba con naturalidad el camino con una gruesa madera con filo mientras que el Padre Green caminaba detrás de él alejando con sus dos brazos mosquitos y otras alimañas. Caminaron aproximadamente por dos horas hasta que llegaron a un claro donde solo había hierbas bajas y algunos arbustos de mediana altura. Del otro lado del claro,un árbol de unos cuatro metros con un tronco de enorme diámetro hacía las veces de precaria vivienda de ese extraño que lo había llevado hasta esas lejanas y perdidas tierras.
Con un fuerte grito el jefe Ankorg llamó al desdichado pero nadie respondió, solo se escucharon graznidos de aves que asustadas levantaron vuelo de unos árboles cercanos. Con un movimiento de la cabeza lo invitó a que se acercaran cuando algo se movió detrás del frondoso árbol. Era un rostro que se asomaba temeroso. Con un tono severo el jefe se dirigió al asustadizo sujeto que solo atinó a agachar la cabeza de manera sumisa. El muchacho, de unos veinte años, salió agazapado, temblando. De apariencia normal, era muy delgado y estaba completamente desnudo. Ankorg volvió a hablarle con firmeza a lo que el muchacho respondió acercándose velozmente. Cuando estuvo frente a ellos el joven se puso en cuclillas ofreciéndoles una reverencia. Hasta ese momento el Padre Green no había observado nada raro, solo se trataba de un joven abandonado a su suerte en medio de la jungla. Pero cuando éste inclino su cabeza y dejó a la vista su nuca el Padre Green se estremeció. En la parte trasera de la cabeza del joven se asomaban los rasgos de otro rostro. Con el muchacho todavía en cuclillas el Padre Green lo rodeó y con los ojos como platos contempló esa verdadera aberración de la naturaleza. Más que un rostro era como una gran verruga de ojos vidriosos,nariz achatada y una grotesca boca que se movía con una especie de sonrisa malévola. El Padre se persignó en repetidas oportunidades orando en latín.
Incrédulo y muy asustado no podía quitar la vista de aquel horrible rostro.
-¡Por el amor de Dios! ¿¡Qué es eso!?-
-No lo sabemos Padre. De pequeño Aanak era normal. Un día esa cosa empezó a crecer y crecer y ya nunca más se fue. El dice que le habla aunque nadie nunca lo escuchó. Se estaba volviendo loco y asustaba a todos en la aldea. Salía por las noches corriendo,gritando y tirándose al suelo golpeando su cabeza hasta quedar inconsciente. Sus padres me pidieron ayuda y tuvimos que desterrarlo. No tuve opción. Fue por el bien de mi pueblo.
El muchacho seguía agachado. El Padre lo hizo erguirse aunque él continuó mirando el suelo, dejando a "eso" mirando hacia el cielo. Ese rostro diabólico movía los labios como queriendo decir algo al tiempo que sus pequeños ojos iban de un lado a otro, observándolo todo.
-Dígale por favor que se acueste en el suelo, boca abajo-.
El jefe lo tomó del hombro y le dijo algo en un tono muy suave. Ambos miraron al Padre Green y al instante el muchacho se acostó en la hierba boca abajo.
De una pequeña bolsa de tela que llevaba en un bolsillo el Padre Green sacó un viejo crucifijo de madera y una botella de agua bendita y comenzó a orar en voz alta. El muchacho, muy asustado, comenzó a llorar mientras el jefe observaba la situación en silencio, acostumbrado a ver al hechicero de la tribu hacer cosas similares.
La noche caía sobre la selva. Extrañamente no se escuchaban sonidos de animales, sólo resonaban la voz del Padre que continuaba con sus oraciones y al joven que gritaba con vehemencia. Ya totalmente en la oscuridad, el silencio fue total.
A la mañana siguiente Aanak y el Padre Green dormían sobre la hierba mientras el jefe permanecía sentado mirando hacia el cielo viendo como los primeros rayos del sol se posaban sobre las copas de los árboles más altos.
El Padre Green abrió sus ojos y levantándose pesadamente se acercó al muchacho. Corrió su cabeza y vio con satisfacción que el demoníaco rostro había desaparecido.
Rió mirando al cielo persignándose.
-Ya podemos volver los tres a la aldea,jefe-, dijo con satisfacción.
Despertaron al joven de su profundo sueño y lo primero que hizo fue palpar su nuca. Cuando notó que allí ya no había nada rompió en un llanto de alegría. El Padre nunca había visto a alguien tan feliz.
En el camino de vuelta a la aldea Aanak no paró de hablarle, a lo que el sacerdote solo le respondía con sonrisas. Sabía que eran palabras de agradecimientos.
Ya en el asentamiento y con toda la tribu vociferando alrededor de los tres el Padre Green observó que en el río lo esperaba la barcaza que iba a llevarlo de vuelta a Rangún. Sin tiempo para nada, se despidió de todos.
Aanak se acercó y se agachó frente a él dejando a la vista su nuca, ahora pelada y lisa. Le obsequió un presente, un amuleto de hueso que él mismo había tallado.
El Padre se subió a la barcaza de madera atada con lianas, saludando con su mano en alto a la multitud que lo despedía. Todos mostraban felicidad menos el jefe que seguía con su gesto imperturbable, mirando fijamente como lentamente se alejaba la nave.
-¡A Rangún, sin escalas!-,dijo con una gran sonrisa el clérigo mientras se sentaba exhausto pero satisfecho delante del guía que miraba incrédulo como de la nuca del europeo se asomaba algo parecido a una horrible nariz.

FIN

lunes, 9 de diciembre de 2013

Sin Retorno

Medianoche. La calle despoblada le da un aire desolador al pequeño centro del pueblo. Solo me acompañan  las tenues luces de los antiquísimos faroles de la calle principal. La soledad es total y en cierta forma,reconfortante. Me decido a disfrutar del recorrido a pesar del frío invernal y aminoro la velocidad de mis pasos. A lo lejos,  la oscuridad se hace penetrante. 
A medida que avanzo las luces van quedando atrás y las penumbras me reciben con sus brazos helados Algunos ladridos se escuchan a lo lejos pero rápidamente se apagan.
De repente, el silencio es total. Solo yo, la noche y el viento. Me acomodo el cuello de la campera para abrigarme,aunque dentro mio sé que no lo hago por la baja temperatura.
El asfalto, como la luz, son historias pasadas. Dejo la vereda y sigo mi camino por el medio de la calle donde la calma reinante hasta ese momento se rompe con un sonido familiar. Pasos. Giro pero no alcanzo a ver nada. Dejo de lado mis pasos cansinos y retomo algo de velocidad. Los pasos detrás mio también se oyen más veloces . Vuelvo a mirar,tratando de hacerlo con un leve movimiento para no quedar en evidencia, y alcanzo a divisar que la persona que camina hacia mi es una mujer. Un vestido largo y blanco la delatan. Se me eriza la piel y los escalofríos surcan todo mi cuerpo.
Las casas a mis costados,oscuras y silenciosas, parecían abandonadas. Algunos árboles con formas grotescas eran lo único que parecía tener vida en aquel barrio.
Seguí mi camino por el medio de la ya maltrecha calle,tratando de esquivar  pozos y piedras pero sin dejar de prestar atención a los pasos que rítmicamente se escuchaban a mis espaldas. Miro hacia adelante y tuve la sensación de que no había horizonte, solo un fondo negro,como si fuera una pared pintada. La nada misma.
De repente,los pasos dejaron de escucharse. Estuve a punto de respirar aliviado pero no tuve tiempo de hacerlo. De ese fondo negro surge algo que me deja boquiabierto. La mujer que antes caminaba detrás mio ahora estaba parada adelante, esperándome. Instintivamente me doy vuelta y lo único que vi fueron las luces del ya lejano centro del pueblo, con sus tenues luces titilantes. Mi corazón comenzó a bombear con fuerza. Por un segundo pensé en correr,pero no me animé. La mujer seguía ahí,sin moverse. No sabía que hacer. Me quedé quieto, dubitativo. Mis temblorosas piernas comenzaron a moverse sin que yo le diera orden alguna. Me dejé llevar, sin quitarle la vista a aquella mujer que me esperaba en la oscuridad. Mi mente estaba en blanco y mi cuerpo empapado de sudor frío. Cuando me encontraba a unos treinta metros de ella, como por arte de magia, se desvanece. No puedo creer lo que está pasando,¿acaso es un sueño? Todo sucede tan rápido que la sorpresa fue sustituida rápidamente por una aún mayor. La extraña mujer que había estado siguiéndome hasta hacía unos minutos para luego aparecer delante mio ahora estaba a mi lado, tomándome el brazo con firmeza y suavidad. Me quedé helado, salvo por mis piernas que seguían moviéndose como si tuvieran vida propia. Ella no decía absolutamente nada, sólo caminaba a mi lado con pasmosa naturalidad mirando hacia adelante sin quitar la vista del sombrío horizonte. La miré de reojo sin poder atinar a hacer ni decir nada. Fueron segundos eternos.
Su hermosa tez blanca y sus grandes ojos oscuros me hicieron olvidar el miedo que hasta ese momento había invadido mi cuerpo. Ahora sentía paz. Paz y tranquilidad. Detrás nuestro un golpe seco resonó contra el piso y la oscuridad se hizo luz y mi cuerpo yacente se hizo alma en un instante.
                                                                                                            FIN