miércoles, 12 de febrero de 2014

Recuerdos

Estaba esperando el colectivo cuando veo salir del supermercado que estaba frente a la parada a un hombre muy alto hablando por teléfono. La gente a su alrededor lo miraba con cierto asombro. Y no era para menos, tenía una altura llamativa . Debía de medir más de dos metros.
Vestía con mucha elegancia y era bien parecido. Era una mezcla de galán de Hollywood con un jugador de la NBA.
Al parecer fue muy evidente como lo mire porque sentí de repente que me clavó sus dos ojos como estacas.
Automáticamente volví mi vista a la calle haciéndome el desentendido, mientras por el rabillo del ojo podía observar como se me acercaba lentamente, estudiándome.
Cuando estuvo a menos de un metro,guardó su celular y me habló.
-"¿Roberto?, ¿Roberto Muñoz?",me preguntó con voz cavernosa y una gran sonrisa en los labios.
Lo miré fijamente levantando mi cabeza,extrañado de que supiera mi nombre. Me sentía un niño al lado de ese Adonis gigante. Busqué en su rostro algún rasgo familiar pero no encontraba ninguno.
-"Soy Juan,Juan Carbajal...¡vivía a la vuelta de tu casa!¿Te acordás de mi?". Grande fue mi sorpresa cuando me dijo esto
¡Cómo olvidar a Juan Carbajal! Hasta los diez años fue uno de mis mejores amigos. Claro que el Juan de mi niñez era muy diferente a este.El que yo recordaba era grandote también,pero más gordo. Mucho más gordo. Cuando el resto de los chicos del barrio promediábamos 40 kilos y llegábamos con suerte al metro cuarenta y cinco,Juancito,como lo llamábamos todos,media más de un metro ochenta y pesaba casi cien kilos. Era el pibe más bueno que conocí en mi vida. Tremendamente callejero,ingenuo y con un apetito voraz imposible de saciar. Llevaba el pelo siempre revuelto,la ropa desprolija y sus pícaros ojos estaban como hundidos bajo sus dos rojizas y carnosas mejillas.
Era normal verlo a la hora de la siesta caminando por las calles tranquilas del barrio con un pan en la mano y una rama o palo en la otra golpeando las rejas, o arrastrándola a su paso buscando a alguien con quien jugar. Iba y venía desde su casa cada vez que se quedaba sin provisiones,  hasta que comenzaban sus previsibles e infaltables visitas a mi casa o la de algún otro pibe del barrio a la hora de la merienda.
No había madre que no lo quisiera.
El nunca se negaba a probar bocado que le ofrecieran,sea un estofado,sopa o polenta. Todo aquello que cualquier chico casi ni probaba,Juan se comía dos platos llenos.
Me acuerdo que a la hora de la merienda mi mamá nos preparaba mate cocido con pan y manteca a mi y a mi hermanito. Preparaba cuatro rodajas para los dos,que normalmente dejábamos a medio comer,pero siempre tenía preparados dos panes enteros sólo por si venía Juan. Y Juan siempre venía. Cuando llegaba,con inglesa puntualidad,mi mamá lo hacía pasar y le servía los dos panes con una taza bien grande de mate cocido con leche, de esas viejas de aluminio que ya no se usan. Y se quedaba ahi parada viéndolo comer con esa sonrisa que solo las madres pueden regalar. Cuando terminábamos,salíamos a jugar y al rato desaparecía mágicamente para reaparecer a los minutos comiendo algo. Andábamos siempre juntos.
Los domingos al mediodía salíamos a recorrer el barrio buscando algo que hacer y él, donde veía humo de asado, se paraba a hablar con el asador preguntándole cualquier cosa con tal de ligar un sanguchito de morcilla o de cualquier corte de carne que hubiera en la parrilla. Eran otras épocas. Nadie le negaba la comida a nadie y mucho menos a Juancito.
Aún recuerdo como si fuera hoy una vez que ibamos caminando tranquilamente cuando vio que salia humo de una casa. Juan dejo los pasos cansinos y al trote se acercó a las rejas para improvisar una charla. Una vez allí vio con tristeza y resignación que lo que estaban quemando era el pasto seco del jardín. Don Mario lo saludó con amabilidad pero Juan apenas si le hizo un gesto con una risa forzada para seguir caminando con desgano.
Nunca volví a conocer a alguien que comiera y lo disfrutara tanto como él.
Y como dije,mi mamá adoraba a Juan. Y él a ella. 
Siempre que iba a mi casa comía con ganas todo lo que le preparaba,repitiendo la porción cuantas veces lo dejaran. Con el pan repasaba el plato y lo dejaba impecablemente limpio. Yo apenas si comía un cuarto de lo que me servían y mi madre siempre me decía enojada-"¡Deberías aprender de Juancito!". Y el le sonreía orgulloso mientras recibía su mirada cómplice.
Cuando se acercaba el cumpleaños de alguno de los chicos todos comenzábamos a planear los juegos,aprovechando que íbamos a ser muchos. Los partidos de fútbol en la calle,las escondidas y la Mancha eran nuestros favoritos. Como él era muy grandote y sus movimientos algo torpes,Juan no jugaba con nosotros. Prefería quedarse hablando con la mamá del cumpleañero,elogiándola por lo bien que cocinaba para asegurarse una porción extra de torta. Y siempre le resultaba,si hasta le hacían una viandita con porciones extras para"sus papás".
Pero un día se mudó. Y nunca más supe de él,hasta hoy.

-“¡Pero cómo no me voy a acordar de vos...Mirá que cambiado estás!”,dije sorprendido.
Me abrazaba fuerte y en sus palabras notaba cuán feliz estaba.
-“¡No puedo creerlo,encontrarte después de tantos años Roberto! ¿cómo está tu vieja?¡Cómo la quería cuándo era pibe!"
-“Bien por suerte. Y ella también a vos...¡no sabés como te extrañó cuando te mudaste”.
Se quedó unos segundos en silencio como rememorando aquellos años mientras me miraba todavía con emocion. «Pucha,este no es“mi” Juan»,pensé al tiempo que lo miraba de pies a cabeza.
-“Estás muy cambiado,no te reconocí”, le dije absorto.
Sonrió haciendo un paneo general de su propio cuerpo.
-“Y si. En la adolescencia comencé a cuidarme en las comidas y a hacer deportes...me costó una barbaridad,te debés acordar cómo me gustaba comer,¿no?”
-“¡Cómo olvidarlo...creo que no te reconocí al no verte con un pan en la mano!”.
Lanzó una gran carcajada que nos hizo el centro de las miradas de todos los transeúntes.
-“Escucháme,tengo un restaurante acá en el centro,venite un día con tu familia así hablamos más tranquilos y de paso trae a tu vieja así pago parte de la deuda que tengo con ella...Corre todo por mi cuenta...Ahora te dejo porque tengo a mi mujer y mi hijo comprando en el mercado pero el que paga soy yo-me guiña un ojo-.¡No sabés cuánto me alegro de verte bien Robertito!”,y me dio otro abrazo entregándome su tarjeta personal.
-“¡Yo también Juancito! Que bueno saber que estás bien...vamos a ir a verte,lo prometo”.
Y repentinamente,como quién recuerda algo importante, dio media vuelta y entró al mercado.
Me quedé esperando a que viniera el colectivo con la vista perdida pensando en como el tiempo cambia las cosas. Y a las personas.
El colectivo llegó. Pago el pasaje y me acomodo en uno de los asientos de atrás.
Por la ventanilla veo a Juan saliendo del local junto a una bella mujer y un niño enorme.
No podía creer lo que veía. El pibe era el calco exacto del Juan que yo recordaba. Instintivamente acerqué mi rostro al vidrio para verlo mejor. Fue como volver veinte años atrás. 
Me emocioné mucho más al ver al hijo que al propio Juan. Por un segundo pensé en bajar y abrazar a ese pibe que automáticamente me había llevado a mi niñez. 
Pero el colectivo arrancó. Y mientras se alejaba me quedé pensando que si en vez de un Ipod y auriculares ese pibe hubiera tenido un pedazo de pan o una rama en la manos me habría bajado sin dudar,aún a sabiendas de lo extraño que habría sido la escena. Al fin y al cabo,¿cuántas veces en la vida volvemos a revivir el pasado tal cuál lo recordábamos?
                                                                          FIN









No hay comentarios:

Publicar un comentario