lunes, 13 de febrero de 2017

Quedate...

El despertador suena con molesta monotonía.
Rezongando y sin abrir los ojos me doy media vuelta apagándolo con un leve golpe.
-No vayas a trabajar-, me dice mi compañera inseparable.
-No puedo, me van a tirar la bronca si falto.
-Dale, quedate en la cama calentito. Escucha como llueve, está ideal para seguir durmiendo...
-No, ya me hiciste faltar mucho este mes.
Miro el techo y como decía la canción de Moris en el techo no hay nada, hay solamente un techo.
Esperé a que nuevamente me invitara a quedarme pero no dijo nada.
-¿Vos decís que me quede?-, aprovechando su silencio la invite a que me insista.
-Si,quedate,¿que puede pasar?
Dude en contestar.
-Me pueden suspender. O echar.
-No te van a echar, llamá y deciles que te sentís mal.
-Esa excusa ya la use la semana pasada,¿no te acordás?.
-Dale,quedate. No está para salir a la calle con este aguacero.
Me hizo dudar. La lluvia de un comienzo ya se había convertido en una feroz tormenta eléctrica.
Me acurruqué y respiré hondo disfrutando del confort de la cama.
-Bueno, me quedo, pero si me echan voy a tener que salir a buscar trabajo otra vez.
-No me culpes a mi, las decisiones las tomás vos, yo solo digo lo que vos querés escuchar-.
Y tenía razón, como casi siempre.
Dispuesto a seguir durmiendo me arropé, feliz de ese instante mezcla de culpa y satisfacción. 
-Mañana probablemente tenga ir a buscar un nuevo trabajo,te das cuenta,¿no?-.
-Mañana será otro día-, me contestó entre indiferente y filosófica. 
Le sonreí cómplice.
Mientras mis párpados se dejaban ganar la batalla contra el sopor tuve un último pensamiento con cierta lucidez: además de un trabajo quizás también era el momento de conseguirme una pareja real, alguien que me aconseje mejor que esta ociosa y permisiva conciencia. 

viernes, 10 de febrero de 2017

Optatio inaudito o inaudito optatio

Por Pablo Osorio
La casa, o la vivienda, a lado de mi casa del complejo de viviendas Las Brújulas en Ezpeleta, está desordenada o revuelta por dentro, la miro o la veo al llegar del trabajo o de la guardia. Veo algunos conocidos o colegas o vecinos que me ven venir o llegar y me saludan levantando la mano o pronunciando mi nombre como apelación. Hago una seña o digo que voy a bañarme y que luego voy a volver y eso hago o lo hago después de comerme un sándwich y veo a Corina, mi vecina o la mujer con la que me acuesto desde hace algunos años, o desde antes que se casara o aun después de que se divorciara. Voy a hablar con ella o a escuchar junto a ella a los policías que dan razones o se quejan o no se explican por qué no se han llevado nada o algo.
   Porque trabajo en la morgue del Hospital de Quilmes conozco a policías y a peritos de la policía o, mejor dicho, por trabajar en la morgue del hospital me he relacionado con peritos de la policía (especialmente durante la búsqueda de un asesino serial), y estos me han presentado oficiales de todos los rangos, hasta al mismísimo comisario. Apenas si cambio unas palabras con un inspector o en realidad debo decir que me puse a hablar con el inspector para establecer ciertas apariencias con Corina. Todos se van o nos dejan solos, mientras esperamos al cerrajero que cambiará la cerradura o reemplazará lo prescindible en pos de cobrar menos, aunque no creo que eso suceda. De todos modos, invité o le dije a Corina que si se quería quedar a dormir en mi casa o en mi cama como para sentirse más segura, y sin ningún tipo de ánimo carnal, desde ya estaba invitada. No aceptó o le pareció mejor terminar de ordenar lo que habíamos empezado antes de la llegada del cerrajero. Al despedirnos le sugiero o le pregunto que, tal vez, pueda ser su ex esposo el responsable de todo lo sucedido. Ella me lo niega o no me responde.
   Unos días después del incidente del departamento de Corina, ayer o anteayer, sábado a la tarde o domingo al mediodía, pasó algo curioso o pintoresco, iba o volvía de comprar una botella de vino, y, o algo para comer o, para ser más especifico, algo para invitar a cenar a Corina o ya la había invitado, cuando al cruzar la calle o terminando de cruzar, un Renault 12 o un Ford Mondeo chocó o embistió a un Fiat Uno o a un Volkswagen Gol. Lo arrastró unos metros o algunos decímetros en la calle o en el concreto hasta el fin de la cuadra o hasta tomar la esquina, para luego girar en la cortada y desaparecer. Lo curioso o lo pintoresco: el auto chocado o, específicamente, el Fiat Uno o el Volkswagen Gol, estaba vacío o no había nadie como en un truco de magia, como eso o como otra cosa parecida.
   Cociné carne o pollo, al horno o a la olla y creo que Corina no tenía hambre o ya había comido porque apenas si terminó su plato o lo dejó sin terminar. Y luego de unos tragos de vino y de unos cigarrillos o de unos cigarrillos y unos tragos de vino, nos besamos o ella me besó a mí y yo, ahí nomás, empecé a besar su cuello y a sacarle la blusa, o le acariciaba los pechos sin dejar de besarla o sin dejar de besarla me empecé a sacar la camisa, aunque no lo hicimos en la mesa o sobre la alfombra. Corina me dijo acá no o vamos a la habitación o en la cama.
   Luego fue temprano o al otro día. Llovía o caía garúa, precipitación del clima típico de noviembre u octubre, después de varios días de largo calor o inmenso sol que preludiaron una extraña epidemia sólo perceptible para mí o, también, para mi asistente. No exagero o quiero exagerar, todos los cadáveres de mi morgue tenían o dictaminaban sus finales con la misma sentencia o razón: traumatismo de cráneo. Algo esperable en accidentes automovilísticos o en riñas callejeras o en suicidios en los cuales el suicida se arroja de un edificio; pero que un montón de enfermos terminales, de cáncer o cirrosis se resbalen o se les caigan a los médicos o enfermeras en los procedimientos clínicos, raya lo impensable o lo era. La realidad o la fantasía de la realidad o la realidad de la fantasía son lo mismo o la misma cosa.
   Diciembre: cerca de navidad o de fin de año o de año nuevo, la epidemia termina. Las personas dejan de morirse de lo mismo; o la muerte abandona lo monotemático o sigue su honestidad habitual, o en todas sus formas posibles. Fue una sorpresa o una inquietud cuando a la morgue llegó un quemado o un ahogado; o la gran sorpresa de las fiestas fue al llegar del hospital una tarde o una noche y encontrar mi casa desvalijada o me robaron hasta los pocillos de café. Obligatoriamente quedé a disposición, al menos por unos días, o hasta cobrar el aguinaldo, de la amabilidad de Corina o yo le pedí si podía darme refugio durante unos días, no muchos o muy pocos.
   Ya enero o el 2004. En algún momento pensamos o comentamos la posibilidad de, en definitiva, establecer nuestra relación o ya formalizarla: ponerle nombre y apellido o aspirar a un sacramento religioso o simplemente a un concubinato. También hablamos de hijos o de vacaciones en Córdoba. Nos decidimos por lo último o yo lo sugerí y ella sin pensarlo aceptó o yo seguí insistiendo de modo incansable hasta que le gané por fatiga. Le pediría algo de plata a mi hermano o a mi hermana y a eso le sumariamos algo ahorrado por Corina en el último año o en los dos últimos años, no sé, no entendí cuando me lo dijo o no quise entender.
   Mi hermano o hermana accedió de buena o mala gana a prestarme la plata, sólo la tenía que pasar a buscarla; y ni bien llegara de la casa u oficina de él o de ella, Corina y yo saldríamos a la ruta o a la autopista.
   La casa de mi hermano está repleta de animales pasados por el proceso de taxidermia, o embalsamados; su mujer parece no darle importancia, o simplemente se toma la estricta molestia de ignorar a tantos cadáveres rellenos de aserrín. A mí me asusta o me pone nervioso; hablo de la idea de algo que en circunstancias normales se descompondría y que por “x” razón pasa a ser duradero o inmutable, o me refiero a los animales. Cuando me dio el sobre color madera o amarillo con el dinero, los ojos o las bolas plásticas que simulan ser globos oculares se fijaron en nosotros o en mí.
  Al llegar a Las Brújulas bajé del auto y saludé al vigilante o a un vecino, nada le comenté sobre mi futuro o sobre mis futuros planes o si le comenté y de paso le pedí que de vez en cuando ponga atención a la casa de Corina por todo lo que venía pasando o pasó. Al llegar a la casa de Corina encontré la puerta abierta de par en par o apenas arrimada. Entré llamándola y, o…
   Esto es un balazo en el estomago o un golpe en la cabeza. ¿Quién o quienes fueron? ¿El ex marido de Corina o Corina? ¿Por la plata del sobre color madera o amarillo o por el largo pasillo de espera en el que dejé cautivo el querer de Corina? Balazo o golpe en la cabeza. Si fue un balazo en el hígado o en el estomago, luego de intentar contener la sangre, de modo reflejo o reflejamente, por instinto o instintivamente, me he tocado la cabeza. O si fue un golpe en la cabeza con un objeto contundente, la sangre proviene de ahí o de una herida ubicada ahí, quiero decir. O si el balazo me lo dio el ex de Corina, antes le dio un balazo a ella o la ahorcó, y ahora me voy a morir o antes de morir lo voy a ver o a ver y a escuchar o a sentir una nueva descarga luego de verlo y escucharlo. O si, tal vez, todo fuera una confusión y nadie entró a asesinarnos y sólo fue Corina que se olvidó de cerrar, o cerró en falso, la puerta y al no reconocer mi voz esperó que entrara y me rompió un jarrón en la cabeza. O, tal vez, yo no soporté la idea de que ella se fuera arreglar con el marido o con el ex marido y le pedí a unos policías que me debían unos favores que irrumpieran en su casa y que tiempo después desvalijaran la mía, así cuando ella bajara la guardia, yo la haría entrar en razón… pero algo salió mal. O me está pidiendo disculpas y casi se ríe apenada porque yo puteo al aire o me sugiere que vayamos al hospital. Acepto o no. O no acepto y ella me vuelve a pedir disculpas o me dice que me quiere mucho o me lo pregunta. O dice que me va a cuidar porque me quiere mucho. Yo la miro conteniendo la sangre del estomago o de la cabeza con la mano, y no sé por qué, le digo o le pregunto: “Mucho, poquito o nada”.

jueves, 9 de febrero de 2017

La Revancha

Por Miguel Escobar
En su vida se le venían negando dos deseos ya impostergables. Uno de ellos era común a todo un país y el otro era íntimamente, exclusivamente suyo. El primero de ellos era ver nuevamente  campeón a su selección y cada tanto recordaba aquél gol que se había perdido  en el primer mundial de fútbol frente a Uruguay. Aquella vez la selección ganaba 2-1 y según él (como le decía y le dicen) si esa pelota hubiera ingresado al arco rival, otra sería la historia. Soñaba de tanto en tanto que Argentina-Uruguay se enfrentaban nuevamente y al fin la albiceleste se consagraba campeona después de tanto tiempo. Pero pasaban los mundiales y las copas las levantaban España, Brasil, y Uruguay en el peor de los casos; porque el conjunto charrúa le había ganado a Argentina no sólo dos finales mundialistas (la última en  el 2018) sino también otra en Juegos Olímpicos. Luego de una entrevista con él, parecía dejar entrever que un deseo estaba supeditado al otro.
     Cien años después de la primera edición, el mundial volvió a disputarse en Uruguay en conmemoración de la centenaria competencia de fútbol. Una centuria más tarde la historia parecía repetirse. Ambos equipos rioplatenses llegaban a la final y otra vez Argentina triunfaba en el primer tiempo. En el segundo como en un deja vú el local lograba empatar. En la selección volvían a rondar los fantasmas de la hegemonía uruguaya, los mismos que no lo dejaban en paz. Gritó el tercero con sus últimas fuerzas, como si ese muchachito que convertía el gol fuera él. Si hasta se le parecía en la forma de juego. Gritó los goles que le hacían falta. Por su historia, por su nombre, el estadio Centenario era ideal para celebrar la final y el cumpleaños de los mundiales. Justamente cien años después Argentina se tomaba revancha y parecía que  él también. Esta vez fue 4-2 para Argentina.
     En Montevideo los jugadores argentinos mostraban la copa al mundo. Mientras en La Plata  a pocas cuadras de la avenida que heredó su nombre y frente a su antiguo televisor, él, Pancho Varallo ofrendaba sus lágrimas.  En el cielo un arcoiris invertido parecía sonreír. El otro deseo también se había concretado pero yo no estoy autorizado para develarlo y él no podrá contarlo porque el 15 de julio de 2030 (a los 120 años) se despedía del fútbol y de la vida.

Francisco Antonio Varallo (La Plata,5 de febrero de 1910-id 30 de agosto de 2010) Mantuvo el récord de máximo goleador de Boca Juniors en la era profesional con 181 goles hasta que fue desplazado por Martín Palermo en 2008. Comenzó su carrera en el  Club de Gimnasia y Esgrima La Plata y posteriormente jugó en Boca Juniors.

jueves, 5 de enero de 2017

1985


Miguel Miranda se negaba abiertamente a ser un adulto.
Esa negación lo llevaba a ser muy compinche de "el Hétor",su sobrino de 14 años. Con la excusa de cuidarlo lo acompañaba a todos lados y se mezclaba con pibes mucho más chicos que él. 
-Miguel, ¿podés llevarlo al Hétor al asalto que se hace en lo del Marcelo?, le preguntó su hermana.
-Dale,aguantá que me cambio y lo llevo.
Miguel se puso re pituco y agarró de la heladera una Mountain Dew y una Pepsi y salió con su sobrino rumbo al "asalto",esas fiestas de adolescentes que solían hacerse muy temprano todavía con el sol bien arriba y donde los varones llevaban las bebidas y las chicas la comida.  
A Miguel le encantaba estar rodeado de pibes y cualquier ocasión le servía para cumplir su cometido y siempre usaba la misma treta: llegaba a las casa donde era la joda y se quedaba hablando con los padres de la casa anfitriona mirando como los pibes bailaban hasta que a estos no les terminaba quedando otra que hacerlo pasar ya que era más que evidente que había llegado hasta ahí para quedarse, y esta no fue la excepción. Con la fiesta comenzada Miguel se las ingeniaba para ser uno más en el grupo de chicos. 
Todo iba lo más bien hasta que al nene encargado de la música no se le ocurrió mejor idea que poner el cassette completo de "Rocas Vivas",el larga duración que era furor en ese momento. Miguel que no era ningún caído del catre, llevaba siempre en su bolsillo para esos casos un cassette grabado de Yuli y los Girasoles. Amaba las cumbias de Yuli. Mientras los chicos bailaban re copados uno de los temas, Miguel se acercó al improvisado discjockey y le tiró una idea:
-Chabon,poné esto así se arma el baile en serio-
El pibe leyó la etiqueta y se le cagó de risa en la cara.
-¿Qué es esto?-,le dijo con una sonrisa socarrona. 
-¿Cómo que qué es?...Yuli y los Girasoles, cumbia de Santa Fe...ponelo, haceme caso y vas a ver como se arma de una el bailongo.
-Ni en pedo pongo eso,- le contestó con irreverencia y siguió en lo suyo.
-Dale,ponelo pendejo no me hagás calentar,¿eh?. 
-A ninguno de nosotros nos gusta eso,don-
¿"Eso"?,¿"Don"?. Una vena en el cuello de Miguel amenazaba con explotar.
-¡Pone el cassete o te meto un cocacho,pendejo!
El pibe lo miró asustado y llamó al padre.
-Aaaah,¿encima sos buche?, ¡ahora vas a ver!
El pibe salió corriendo y Miguel fue detrás de él metiéndose entre medio de los otros chicos que seguían bailando sin darle importancia hasta que vieron que aquello no era un juego, ni la cara desencajada de Miguel ni los gritos de terror que profería el pibe eran parte de algo gracioso. La música siguió sonando pero ya nadie bailaba, las chicas gritaban y los varones empezaron a correr y colgarse de la campera de Miguel para que no lo agarrara.
-¡Suéltenme pendejos de mierda que lo cago a patadas en el culo a este hij...!
Los gritos eran cada vez más fuertes hasta que el dueño de la casa asomó la cabeza al garage y vio sorprendido como varios chicos tomaban de la ropa a ese muchacho totalmente desencajado que tenía la boca ladeada y el puño derecho amenazante haciendo pequeños círculos en el aire,como a punto de asestar un golpe de box. El hombre se acercó para intentar calmarlo pero Miguel le tiró un uppercat que no llegó a destino por centímetros a lo que el papá del pibe contestó dándole un sopapo en la mejilla lo que provocó una rápida pero no por eso menos violenta pelea. Miguel cobró como nunca en su vida, si hasta los pendejos le tiraron alguna que otra patada. Es más, en la vorágine le pareció ver al Hétor, su propio sobrino, intentando golpearlo. 
Ya maniatado el hombre lo tomó de la campera inflable y lo sacó carpiendo mientras todos los nenes vitoreaban como cuando Martin Karadajián le ganaba a la Momia en Titanes en el Ring.
Mientras se alejaba de la casa Miguel los insultaba al tiempo que el padre lo miraba desde el portón haciéndole el típico gesto con la palma de la mano en vaivén, señal de que lo iba a fajar de nuevo la próxima vez que lo viera.
Dolorido y recontra caliente Miguel se acomodó la camisa dentro del pantalón nevado y se limpió la sangre de la nariz con el pañuelo. ¿Y ahora...qué iba a hacer ahora? Eran las cinco y media de la tarde y no podía volver a su casa sin su sobrino porqué su hermana le iba a tirar la bronca. Caminó un par de cuadras y vio que en una esquina había un potrero donde unos pibes jugaban al fútbol.
Lo pensó un momento y decidió quedarse a mirar esperando a que pase el tiempo y de paso podría pensar en como iba a hacer para volver a buscar a su sobrino sin sufrir las consecuencias.
Saltó la cuneta y se paró atrás de uno de los arcos, cruzado de brazos (todos los que alguna vez fueron a un potrero saben lo que eso significa) mientras mentalmente contó a los jugadores. En la cancha había 17 pibes. <¡Joya,falta uno!>,pensó. Dobló su campera y la dejó en el suelo, luego se arremangó la camisa y comenzó a caminar detrás del arco. Iba de un lado al otro tomando los postes como referencia, esperando que alguno le preguntara si quería jugar. Pero nadie le decía nada. Una porque estaba vestido como para ir a un casorio y otra porque tenía como diez años más que la mayoría de los que estaban jugando. Cuando el arquero se cansó de ver esa sombra que iba y venía detrás de él se dio media vuelta y mirándolo con desconfianza de arriba a abajo le preguntó lo que Miguel tanto esperaba: 
-¿Quiere jugar,Don?. 
A Miguel le hirvió la sangre al escuchar ese"Don" pero se la aguantó y poniendo su mejor cara de circunstancia  le contestó
-¿Eh,a mi me decís? y bueno,dale...si les falta uno me prendo a atajar....
El pibito pegó un grito avisando a los demás que entraba uno pero nadie le dio bola porque su equipo atacaba con furia el arco contrario. Volvió a gritar un par de veces más para avisar por el cambio de arquero y ahí sí algunos de los pibes se dieron vuelta a mirar dando a entender que estaban al tanto del cambio.
Miguel sintió como los defensores más cercanos lo miraron raro, seguramente pensando que haría un tipo con esa pintusa atajando en un potrero a las 5 de la tarde. 
El partido siguió su curso normal, cada tanto alguna que otra jugada fuerte pero nada fuera de lo común. Miguel voló un par de veces ante la mirada asombrada de los pibes que veían como ese hombre mayor se revolcaba en la tierra como si fuera Enrique Vidallé y con cada nueva atajada recibía la aprobación de sus compañeros de equipo con un <¡¡ bien,Don!!>. El "Don" no le gustaba un carajo pero las felicitaciones sí,y mucho.
En una jugada aislada, uno de los delanteros del equipo contrario estaba de pesquero muy cerca de él mientras todos los demás se encontraban de mitad de cancha para adelante. Luego de un rechazo de puntín de un defensa contrario la pelota le llegó al pibe que estaba de pesquero -para nada era una táctica sino que descansaba a la sombra de un poste de luz-, y con algo de dificultad detuvo la pelota con el empeine y encaró para el arco defendido por Miguel, que se agazapó acomodándose el jeans, mirando fijamente al pibe que se acercaba a toda velocidad. En esos escasos segundos tuvo tiempo para varias cosas, entre ellas insultar a todo el equipo por haberlo dejado solo pero también para salir a intentar cortar aquella jugada. El pibe lo ve salir del arco como una tromba y lo gambetea. En una décima de segundo quiebra la cintura y con la derecha engancha para adentro a lo que Miranda responde tirándose con las dos piernas para adelante y lo levanta como sorete en pala, poniéndose de pie rápidamente con las dos palmas hacia arriba al grito de -¡No le hice nada... ¡se tiró,se tiró!. El pibito se retorcía llorando a los gritos con las dos rodillas ensangrentadas y el cuerpo lleno de polvo,era como una milanesa de tierra que lloraba. Los pibes más grandecitos se le fueron al humo y Miguel enseguida se puso en guardia esperando la primer piña. Uno se le abalanzó y le tiró una patada voladora que apenas pudo alcanzó a esquivar. Ni bien se acomodó tiró un cross de derecha que no llegó a destino y cuando intentó acomodarse de nuevo tenía encima suyo a cuatro pibes que le lanzaban piñas y patadas a diestra y siniestra. Eran como un malón de indios enojados dispuestos a cobrar venganza por el pequeño delantero que todavía lloraba desconsolado a un costado de la cancha. Además de la polvareda y de la patota de pibes que lo querían masacrar se le sumó un perro que lo tironeaba rabioso de la botamanga del jean. La pelea solo duró unos minutos porque varios vecinos se acercaron a separarlos mientras que otros miraban risueños la batahola desde las veredas de sus casas. Finalmente lograron separarlos y los pibes se fueron por una calle mientras que Miranda  se alejaba por otra, meta a insultarse con los chicos y también con los vecinos. Solo lo acompañaba el perro al que no sabía como sacarselo de encima y que seguía empacado en morderle una gamba. A todo esto el pobre pibe lesionado se quedó llorando en la cancha, solo,olvidado y todo mugriento.
Ya lejos del potrero se compró una Coca Cola en un kiosquito y se sentó a esperar pensando, otra vez, en como iba a hacer para pasar a buscar al turro del "Hétor" sin que lo fajaran. Cuando le pegó el primer trago a la gaseosa escuchó a la distancia un ruido seco: ¡clanck!, seguido de un grito jubiloso de gol. A media cuadra de donde estaba sentado y sobre la vereda de enfrente había un grupo de pibes jugando al metegol. Como accionado por un resorte Miguel se levantó y tomando su Coquita se fue rumbo a la montonera de pibes que aunque todavía no lo sabían, se acercaba a ellos un tipo al que por algún motivo todavía desconocido iban a terminar cagando a palo.
                                                                                                                              FIN






martes, 3 de enero de 2017

En ningún lugar,nunca...(O en un mundo paralelo)


Juventud y Samarcanda , dos equipos de la máxima categoría del fútbol doméstico se enfrentan por la tercera fecha del torneo.
Tras el pitazo inicial los jugadores de ambos equipos corren como locos detrás del balón. Los miro y no puedo evitar pensar en como les puede gustar jugar a la pelota. El de futbolista es la actividad más ingrata de todas, aún a nivel profesional.Y claro, ¿quién quiere ser futbolista? Te pegan patadas,te insultan todas las hinchadas, siempre sos el culpable de todo. Por eso nadie quiere ser futbolista. ¿Para qué ser jugador si podés ser referí, que es una profesión de élite? Por algo el grueso de la población masculina sueña con ser árbitro. Mujeres,fama,dinero...Cada niño en el mundo quiere ser juez, hacerse famoso e irse a arbitrar a África a alguna de las grandes ligas como la Liberiana o la Gabonesa, ahí en donde están los mejores árbitros del planeta. Sus camisetas, tarjetas y posters se venden por millones, si hasta impusieron entre los más jóvenes sus peinados "a la gomina".
Cerca mio un insulto me saca de mis cavilaciones.-¡Dejá de hacer chiches con la pelota, 10!
El partido era malo, aburrido, chato, sin incidencias que puedan hacer lucir a nuestro ídolo. Van cero a cero y prácticamente no llegan al arco. Los jugadores, como pasa siempre en todos las canchas, apenas si arriesgan. Dan pases cortos y los tiros al arco solo los realizan cuando están muy cerca o si se tienen mucha fe, que es casi nunca. Y uno como hincha eso lo entiende, en un país arbitrero como este todos creemos saberlo todo, por eso se llenan los estadios, para alentar a morir a nuestros ídolos y también para hacer catarsis con los jugadores. Alguien debe pagar todas nuestras frustraciones y claro, no les perdonamos una. De solo pensarlo sonrío.
-Malattesta, perro de mierda,¿donde aprendiste a jugar? ¡Ladrón!- grita un tipo a mi lado, enloquecido. El pobre Malattesta agacha la cabeza y sigue haciendo lo suyo intentando errar lo menos posible para pasar desapercibido. El mismo hincha en un segundo cambia totalmente el tono de voz e indulgente alienta con euforia un lateral mal cobrado.
-¡Bien juez,vamos que el próximo lo cobrás bien,vamos,¿eh?,seguí así!-.Los demás hinchas a nuestro alrededor también le hacen sentir su apoyo.
En una jugada perdida llega otra vez la explosión,Carles Parrafutti de Juventud le pega muy desviado al arco  y tira la pelota a tres metros del arco. Para qué...Una turba enloquecida de hinchas trepan el tejido y varios de ellos logran ingresar a la cancha.
-¡Hijo de mil puta, mirá donde la mandaste!-, le inquirió un fanático totalmente fuera de sí esputando rabia desde el tejido. Tres de los hinchas que entraron al campo querían trompearlo por ese error garrafal. Parrafutti daba pasos hacia atrás con las dos palmas hacia arriba mientras los dos líneas intentaban calmar los ánimos separando a los fanáticos. 
-¿¡Pero a vos te parece que te haga esto este patadura!? ¿Cómo va a ser tan horrible?-,le dijo un hincha todo vestido de negro,con el pelo muy corto pero brillante de gel que entró blandiendo un banderín solferino. Cuando finalmente el árbitro logró dominar la situación y sacó a los hinchas del campo de juego el partido continuó, aunque el ambiente continuaba siendo muy pesado y con cada nuevo error de los jugadores la presión desde afuera era cada vez más grande y los insultos se multiplicaban.
-¡Forro!,¡bombero! Estás fingiendo para que el árbitro se equivoque,mala persona!-, insultó otro tipo a unos tres metros míos.
Por suerte para los jugadores cada tanto nos olvidábamos de sus santas madres y coreábamos los cánticos típicos de apoyo a nuestros amados colegiados. Primero arrancó un grupo pequeño y luego se sumaron más voces hasta que todos y cada uno de los que estábamos en las tribunas nos uníamos en un solo coro de apoyo para ellos, nuestros ídolos de negro.
-¡Ooooooh vaaaaamos reeeeferí, meta pitoooo,meta pitooooo, que confiamos en tiiiiii..!- Se nos erizaba la piel con ese canción. Y ni hablar al árbitro que sabiendo que le estábamos haciendo el aguante empezaba a correr como una gacela, a veces de espaldas,otras de costado pero siempre haciendo esos ademanes y señas que había aprendido en la escuela de árbitros y que a nosotros nos ponía como locos...estallábamos de placer con sus morisquetas.
-¡Qué lo parió...que crack que es este tipo!-, me dijo con admiración un hombre mayor a mi lado.
-Este va a ser más grande que "el Javito", acordate de lo que te digo-, me aseveró, exagerando como todo buen fanático.
-Es muy bueno, pero "el Javito" es el más grande-, le contesté recordando las grandes jornadas de Javier Castrillejo, el árbitro que para casi todo el mundo fue uno de los mejores de toda la historia junto a "O Rei",Ronaldo Jarpi Filho,árbitro brasileño que llevó a su país a dirigir varias finales hace unas décadas. ¡Si habremos discutido con los brazucas por ver quién fue e mejor!.
Nuestra charla se vio abruptamente interrumpida por la jugada de un delantero de Samarcanda que tomó la pelota sobre el corner derecho amagando a disparar y luego de enganchar hacia adentro metió un zurdazo alto, marcando un gol. Gritamos con alma y vida el fallo del juez al marcar la mitad de la cancha.
-¡Mirá que claridad para ver esa jugada!...este pibe no llega al final de la temporada,se lo llevan de afuera...acordate de lo que te digo,lo veo dirigiendo la final del Mundial en unos años-,me dijo nuevamente el viejo observando al árbitro ir hacia la mitad de la cancha.
-Y mirá que ví referis buenos, ¿eh?-, sentenció con seriedad para no dejar dudas de sus conocimientos..
El juego continuó y seguimos alentando aún a costa de algunos yerros mientras los insultos a los jugadores se multiplicaban sin que necesitemos excusas.
-¡Ladrón, quién te enseño a patear,¿un lisiado?-, grito uno y todos nos reímos de la ingeniosa ocurrencia. Reconozco que a veces me daban lástima los jugadores...me apenaba verlos dar pases cortos y anunciados solo para no equivocarse pero ni así evitan la catarata de puteadas...
-<Somos seres humanos y podemos cometer errores>, me repetía siempre mi primo Orlando que era jugador amateur...¡Si,amateur!, jugaba al papi-fútbol y los vecinos se agolpaban a un costado para criticarle cada mal pase o gol errado. La verdad, una locura que alguien pague para jugar, pero bueno,cada loco con su tema.
Cuando el árbitro pitó el final del partido nuestras palmas quedaron rojas de tanto aplaudirlo, había dirigido de una manera excepcional y todos los presentes le volvimos a dedicar otra canción que agradeció acercándose al alambrado con los dos lineas. Los tres levantaron los brazos y tiraron a las tribunas el silbato, las tarjetas y los banderines. La tarjeta roja cayó muy cerca de donde estábamos nosotros y los muchachos a mi alrededor se arremolinaron intentando quedarse con algunos de los preciados tesoros. Por un instante pensé en entrar en la puja por ellas pero finalmente decidí acercarme al alambrado con varios hinchas más aprovechando que los jugadores pasaban cabizbajos y en fila india rumbo al vestuario para insultarlos de arriba a abajo. Los muy caraduras ni siquiera se atrevían a mirarnos a la cara.
-¡Dejá de fingir lesiones,basura!-, le grite  al "7" de Juventud.
-¡Hacete un curso de teatro,cornudo mal parido y la rep...!, le dijo otro escupiendo rabia.
Cuando el último jugador se metió en el vestuario subimos los escalones riéndonos y volvimos a ubicarnos en nuestros lugares desde donde comenzamos nuevamente a vitorear a los jueces que seguían sonriendo a las gradas con los brazos en alto.
El hombre a mi lado me miró emocionado y me volvió a decir, -Qué cracks que son...¡que lo parió!.
Lo abracé y empezamos a saltar dedicándoles un "Ooooooh, vamos referí...referííííí, refeeeeerí...rereeeeeeerí,vaaamos referí!.
                                                                                                                        FIN