lunes, 13 de febrero de 2017

Quedate...

El despertador suena con molesta monotonía.
Rezongando y sin abrir los ojos me doy media vuelta apagándolo con un leve golpe.
-No vayas a trabajar-, me dice mi compañera inseparable.
-No puedo, me van a tirar la bronca si falto.
-Dale, quedate en la cama calentito. Escucha como llueve, está ideal para seguir durmiendo...
-No, ya me hiciste faltar mucho este mes.
Miro el techo y como decía la canción de Moris en el techo no hay nada, hay solamente un techo.
Esperé a que nuevamente me invitara a quedarme pero no dijo nada.
-¿Vos decís que me quede?-, aprovechando su silencio la invite a que me insista.
-Si,quedate,¿que puede pasar?
Dude en contestar.
-Me pueden suspender. O echar.
-No te van a echar, llamá y deciles que te sentís mal.
-Esa excusa ya la use la semana pasada,¿no te acordás?.
-Dale,quedate. No está para salir a la calle con este aguacero.
Me hizo dudar. La lluvia de un comienzo ya se había convertido en una feroz tormenta eléctrica.
Me acurruqué y respiré hondo disfrutando del confort de la cama.
-Bueno, me quedo, pero si me echan voy a tener que salir a buscar trabajo otra vez.
-No me culpes a mi, las decisiones las tomás vos, yo solo digo lo que vos querés escuchar-.
Y tenía razón, como casi siempre.
Dispuesto a seguir durmiendo me arropé, feliz de ese instante mezcla de culpa y satisfacción. 
-Mañana probablemente tenga ir a buscar un nuevo trabajo,te das cuenta,¿no?-.
-Mañana será otro día-, me contestó entre indiferente y filosófica. 
Le sonreí cómplice.
Mientras mis párpados se dejaban ganar la batalla contra el sopor tuve un último pensamiento con cierta lucidez: además de un trabajo quizás también era el momento de conseguirme una pareja real, alguien que me aconseje mejor que esta ociosa y permisiva conciencia. 

viernes, 10 de febrero de 2017

Optatio inaudito o inaudito optatio

Por Pablo Osorio
La casa, o la vivienda, a lado de mi casa del complejo de viviendas Las Brújulas en Ezpeleta, está desordenada o revuelta por dentro, la miro o la veo al llegar del trabajo o de la guardia. Veo algunos conocidos o colegas o vecinos que me ven venir o llegar y me saludan levantando la mano o pronunciando mi nombre como apelación. Hago una seña o digo que voy a bañarme y que luego voy a volver y eso hago o lo hago después de comerme un sándwich y veo a Corina, mi vecina o la mujer con la que me acuesto desde hace algunos años, o desde antes que se casara o aun después de que se divorciara. Voy a hablar con ella o a escuchar junto a ella a los policías que dan razones o se quejan o no se explican por qué no se han llevado nada o algo.
   Porque trabajo en la morgue del Hospital de Quilmes conozco a policías y a peritos de la policía o, mejor dicho, por trabajar en la morgue del hospital me he relacionado con peritos de la policía (especialmente durante la búsqueda de un asesino serial), y estos me han presentado oficiales de todos los rangos, hasta al mismísimo comisario. Apenas si cambio unas palabras con un inspector o en realidad debo decir que me puse a hablar con el inspector para establecer ciertas apariencias con Corina. Todos se van o nos dejan solos, mientras esperamos al cerrajero que cambiará la cerradura o reemplazará lo prescindible en pos de cobrar menos, aunque no creo que eso suceda. De todos modos, invité o le dije a Corina que si se quería quedar a dormir en mi casa o en mi cama como para sentirse más segura, y sin ningún tipo de ánimo carnal, desde ya estaba invitada. No aceptó o le pareció mejor terminar de ordenar lo que habíamos empezado antes de la llegada del cerrajero. Al despedirnos le sugiero o le pregunto que, tal vez, pueda ser su ex esposo el responsable de todo lo sucedido. Ella me lo niega o no me responde.
   Unos días después del incidente del departamento de Corina, ayer o anteayer, sábado a la tarde o domingo al mediodía, pasó algo curioso o pintoresco, iba o volvía de comprar una botella de vino, y, o algo para comer o, para ser más especifico, algo para invitar a cenar a Corina o ya la había invitado, cuando al cruzar la calle o terminando de cruzar, un Renault 12 o un Ford Mondeo chocó o embistió a un Fiat Uno o a un Volkswagen Gol. Lo arrastró unos metros o algunos decímetros en la calle o en el concreto hasta el fin de la cuadra o hasta tomar la esquina, para luego girar en la cortada y desaparecer. Lo curioso o lo pintoresco: el auto chocado o, específicamente, el Fiat Uno o el Volkswagen Gol, estaba vacío o no había nadie como en un truco de magia, como eso o como otra cosa parecida.
   Cociné carne o pollo, al horno o a la olla y creo que Corina no tenía hambre o ya había comido porque apenas si terminó su plato o lo dejó sin terminar. Y luego de unos tragos de vino y de unos cigarrillos o de unos cigarrillos y unos tragos de vino, nos besamos o ella me besó a mí y yo, ahí nomás, empecé a besar su cuello y a sacarle la blusa, o le acariciaba los pechos sin dejar de besarla o sin dejar de besarla me empecé a sacar la camisa, aunque no lo hicimos en la mesa o sobre la alfombra. Corina me dijo acá no o vamos a la habitación o en la cama.
   Luego fue temprano o al otro día. Llovía o caía garúa, precipitación del clima típico de noviembre u octubre, después de varios días de largo calor o inmenso sol que preludiaron una extraña epidemia sólo perceptible para mí o, también, para mi asistente. No exagero o quiero exagerar, todos los cadáveres de mi morgue tenían o dictaminaban sus finales con la misma sentencia o razón: traumatismo de cráneo. Algo esperable en accidentes automovilísticos o en riñas callejeras o en suicidios en los cuales el suicida se arroja de un edificio; pero que un montón de enfermos terminales, de cáncer o cirrosis se resbalen o se les caigan a los médicos o enfermeras en los procedimientos clínicos, raya lo impensable o lo era. La realidad o la fantasía de la realidad o la realidad de la fantasía son lo mismo o la misma cosa.
   Diciembre: cerca de navidad o de fin de año o de año nuevo, la epidemia termina. Las personas dejan de morirse de lo mismo; o la muerte abandona lo monotemático o sigue su honestidad habitual, o en todas sus formas posibles. Fue una sorpresa o una inquietud cuando a la morgue llegó un quemado o un ahogado; o la gran sorpresa de las fiestas fue al llegar del hospital una tarde o una noche y encontrar mi casa desvalijada o me robaron hasta los pocillos de café. Obligatoriamente quedé a disposición, al menos por unos días, o hasta cobrar el aguinaldo, de la amabilidad de Corina o yo le pedí si podía darme refugio durante unos días, no muchos o muy pocos.
   Ya enero o el 2004. En algún momento pensamos o comentamos la posibilidad de, en definitiva, establecer nuestra relación o ya formalizarla: ponerle nombre y apellido o aspirar a un sacramento religioso o simplemente a un concubinato. También hablamos de hijos o de vacaciones en Córdoba. Nos decidimos por lo último o yo lo sugerí y ella sin pensarlo aceptó o yo seguí insistiendo de modo incansable hasta que le gané por fatiga. Le pediría algo de plata a mi hermano o a mi hermana y a eso le sumariamos algo ahorrado por Corina en el último año o en los dos últimos años, no sé, no entendí cuando me lo dijo o no quise entender.
   Mi hermano o hermana accedió de buena o mala gana a prestarme la plata, sólo la tenía que pasar a buscarla; y ni bien llegara de la casa u oficina de él o de ella, Corina y yo saldríamos a la ruta o a la autopista.
   La casa de mi hermano está repleta de animales pasados por el proceso de taxidermia, o embalsamados; su mujer parece no darle importancia, o simplemente se toma la estricta molestia de ignorar a tantos cadáveres rellenos de aserrín. A mí me asusta o me pone nervioso; hablo de la idea de algo que en circunstancias normales se descompondría y que por “x” razón pasa a ser duradero o inmutable, o me refiero a los animales. Cuando me dio el sobre color madera o amarillo con el dinero, los ojos o las bolas plásticas que simulan ser globos oculares se fijaron en nosotros o en mí.
  Al llegar a Las Brújulas bajé del auto y saludé al vigilante o a un vecino, nada le comenté sobre mi futuro o sobre mis futuros planes o si le comenté y de paso le pedí que de vez en cuando ponga atención a la casa de Corina por todo lo que venía pasando o pasó. Al llegar a la casa de Corina encontré la puerta abierta de par en par o apenas arrimada. Entré llamándola y, o…
   Esto es un balazo en el estomago o un golpe en la cabeza. ¿Quién o quienes fueron? ¿El ex marido de Corina o Corina? ¿Por la plata del sobre color madera o amarillo o por el largo pasillo de espera en el que dejé cautivo el querer de Corina? Balazo o golpe en la cabeza. Si fue un balazo en el hígado o en el estomago, luego de intentar contener la sangre, de modo reflejo o reflejamente, por instinto o instintivamente, me he tocado la cabeza. O si fue un golpe en la cabeza con un objeto contundente, la sangre proviene de ahí o de una herida ubicada ahí, quiero decir. O si el balazo me lo dio el ex de Corina, antes le dio un balazo a ella o la ahorcó, y ahora me voy a morir o antes de morir lo voy a ver o a ver y a escuchar o a sentir una nueva descarga luego de verlo y escucharlo. O si, tal vez, todo fuera una confusión y nadie entró a asesinarnos y sólo fue Corina que se olvidó de cerrar, o cerró en falso, la puerta y al no reconocer mi voz esperó que entrara y me rompió un jarrón en la cabeza. O, tal vez, yo no soporté la idea de que ella se fuera arreglar con el marido o con el ex marido y le pedí a unos policías que me debían unos favores que irrumpieran en su casa y que tiempo después desvalijaran la mía, así cuando ella bajara la guardia, yo la haría entrar en razón… pero algo salió mal. O me está pidiendo disculpas y casi se ríe apenada porque yo puteo al aire o me sugiere que vayamos al hospital. Acepto o no. O no acepto y ella me vuelve a pedir disculpas o me dice que me quiere mucho o me lo pregunta. O dice que me va a cuidar porque me quiere mucho. Yo la miro conteniendo la sangre del estomago o de la cabeza con la mano, y no sé por qué, le digo o le pregunto: “Mucho, poquito o nada”.

jueves, 9 de febrero de 2017

La Revancha

Por Miguel Escobar
En su vida se le venían negando dos deseos ya impostergables. Uno de ellos era común a todo un país y el otro era íntimamente, exclusivamente suyo. El primero de ellos era ver nuevamente  campeón a su selección y cada tanto recordaba aquél gol que se había perdido  en el primer mundial de fútbol frente a Uruguay. Aquella vez la selección ganaba 2-1 y según él (como le decía y le dicen) si esa pelota hubiera ingresado al arco rival, otra sería la historia. Soñaba de tanto en tanto que Argentina-Uruguay se enfrentaban nuevamente y al fin la albiceleste se consagraba campeona después de tanto tiempo. Pero pasaban los mundiales y las copas las levantaban España, Brasil, y Uruguay en el peor de los casos; porque el conjunto charrúa le había ganado a Argentina no sólo dos finales mundialistas (la última en  el 2018) sino también otra en Juegos Olímpicos. Luego de una entrevista con él, parecía dejar entrever que un deseo estaba supeditado al otro.
     Cien años después de la primera edición, el mundial volvió a disputarse en Uruguay en conmemoración de la centenaria competencia de fútbol. Una centuria más tarde la historia parecía repetirse. Ambos equipos rioplatenses llegaban a la final y otra vez Argentina triunfaba en el primer tiempo. En el segundo como en un deja vú el local lograba empatar. En la selección volvían a rondar los fantasmas de la hegemonía uruguaya, los mismos que no lo dejaban en paz. Gritó el tercero con sus últimas fuerzas, como si ese muchachito que convertía el gol fuera él. Si hasta se le parecía en la forma de juego. Gritó los goles que le hacían falta. Por su historia, por su nombre, el estadio Centenario era ideal para celebrar la final y el cumpleaños de los mundiales. Justamente cien años después Argentina se tomaba revancha y parecía que  él también. Esta vez fue 4-2 para Argentina.
     En Montevideo los jugadores argentinos mostraban la copa al mundo. Mientras en La Plata  a pocas cuadras de la avenida que heredó su nombre y frente a su antiguo televisor, él, Pancho Varallo ofrendaba sus lágrimas.  En el cielo un arcoiris invertido parecía sonreír. El otro deseo también se había concretado pero yo no estoy autorizado para develarlo y él no podrá contarlo porque el 15 de julio de 2030 (a los 120 años) se despedía del fútbol y de la vida.

Francisco Antonio Varallo (La Plata,5 de febrero de 1910-id 30 de agosto de 2010) Mantuvo el récord de máximo goleador de Boca Juniors en la era profesional con 181 goles hasta que fue desplazado por Martín Palermo en 2008. Comenzó su carrera en el  Club de Gimnasia y Esgrima La Plata y posteriormente jugó en Boca Juniors.